Hay aventuras ciudadanas que de repetidas ya son íntimas y sin embargo, a casi 14 años de mi llagada a México, no son nada rutinarias. Ninguna relación me ha durado tanto, ninguna me mantiene alerta tanto, como la tarea sencilla de prepararme para viajar en el metro.
¿Exagero? No tengo ninguna razón para hacerlo.
El metro de esta ciudad, es su pareja perfecta, su hombre que la penetra y la hace vibrar, durante veinte horas al día, cada una de ellas con distintas intensidades.
Tiene características generales, que se pueden nombrar sin poner el cuerpo, cosas que supongo suceden en todos los metros del mundo pero mi limitada experiencia de mundo me impide tomar ese camino. Así que sólo contaré algunas pequeñas historias, mis historias.
Mi bautizo fue en la estación Zapata, una Zapata aún no violada por el agregado de la línea dorada, tan monumental en sí misma. La línea dorada parece pensada por los mismos arquitectos que imaginaron el Museo de Antropología, espacios gigantescos, alturas, cemento... No, corría el año 2001 y entré en ella sin imaginar que estaba ante una aventura surrealista. Mi primer recorrido fue Zapata-Hidalgo, Hidalgo-Zócalo. Un recorrido lógico si se quiere para un recién llegado a la ciudad.
El primer choque intelectual, por ponerle un nombre al desconcierto, fue la separación o la designación de vagones para las mujeres. A lo largo de los años, escuché infinidad de explicaciones, interpretaciones, quejas y bendiciones al respecto. La primera la tengo grabada en la memoria. Llegué a casa de mi primo argentino que fue mi primer resguardo en la ciudad y lo comenté asombrada. Su esposa, por entonces una joven mexicana de veintitantos, que circulaba en camioneta cuatro por cuatro me miró con su desprecio habitual por la prima pobre y dijo: "Eso aquí no existe". Por suerte sí. Y podría escribir varias páginas al respecto... que si es una solución machista, que si es denigrante, que si es perfecto y bla bla bla... Posiblemente sea una solución machista para una situación machista... si es denigrante, siempre está la posibilidad de irse a los vagones mixtos, pero hay que ser mujer para juzgar y decidir.
Gracias a la división de espacios comencé a ver una actitud muy llamativa. En México, a nadie le gusta obedecer. Basta con que exista una regla para que se intente romperla y para comprobarlo, basta con ver los hombres parados justo al lado de la linea que separa los vagones "femeninos", línea que en algunas horas no separa nada sino hay un uniforme que lo obligue a hacerlo. Nunca se dan por vencidos, cada vez que pueden, saltan esa frontera, como saltan otras, como saltan todas.
Viajes por una ciudad y un país interminables. Vivencias que me enriquecen, me transforman día a día. La historia de mi vida en méxico en palabras e imágenes, especialmente para que mis amigos del mundo se animen a venir y mis amigos en México, tengan otra mirada del lugar que compartimos.
sábado, 28 de junio de 2014
viernes, 27 de junio de 2014
El bosque de Tlalpan. (1)
La lluvia, la muerte, la vida
Vivir en Tlalpan, al lado mismo del bosque, ha cambiado mi forma de estar en la ciudad. Ahora llegar a casa, es empezar a oler el aire de los pinos, es escuchar los pájaros, el viento y el silencio, es llenarme los ojos de verde a cualquier hora y saber que realmente puedo descansar.
Ayer, lo crucé temprano a la mañana, y a la vuelta, una horas después, justo a mitad de camino, un lluvia que apenas era una nube amenazante, se entregó magnífica y desconsiderada sobre los pocos caminantes atrevidos.
Mientras comenzaba la disfruté en el cuerpo pero cuando se hizo torrencial, me resguardé en uno de los aleritos, con su mesa y sus bancos que forman parte de la escenografía habitual entre los árboles.
Disfruté tanto esa hora, viendo sólo el agua! Agua vertical hacia la tierra, agua en diagonal, corriendo por los caminos, convertidos en casi arroyitos naturales, agua en los troncos agradecidos, en las hojas, en el pasto... agua en la tierra que todavía resiente la sequía del invierno, y se quiebra y se abre para recibirla.
Otro caminante vino a resguardarse bajo el mismo techo, le sonreí y como si hubiera visto un enemigo, dio vuelta la cara y se puso justo al borde de la lluvia. Pensé que quizá era tímido, pero a que suponer!! Pronto se fue y volví a sentir la hermosa sensación de soledad, que se hacía cada vez más agradable. Cuando se está así, rodeado de belleza, se hace difícil comprender al ser humano. Hace poco hubo otra violación y asesinato aquí en el bosque. Inmediatamente clausuraron la puerta que está al lado de mi casa. Eso me apenó tanto como esa muerte inocente. La puerta cerrada me la recuerda constantemente y me recuerda cuán lejos estamos de la verdadera sensibilidad. Hablo de todos, de la raza humana.
¿Cuál es mi camino? Sólo seguir, pasear por el bosque con cuidado, confiar en los cuidadores, confiar en la vida. Si algo no quiero hacer, es cerrar mi puerta, es negarme al placer de los encuentros cercanos con los árboles y los pájaros y los silencios. Lamento que la prudencia me impida adentrarme por todos sus senderos... lamento no vivir en la época de Herman Hesse que recorría los bosque europeos caminando...lamento que queden tan pocos bosques, pero me alegra infinitamente este espacio-tiempo que con lo bueno y lo malo, me toca vivir.
Vivir en Tlalpan, al lado mismo del bosque, ha cambiado mi forma de estar en la ciudad. Ahora llegar a casa, es empezar a oler el aire de los pinos, es escuchar los pájaros, el viento y el silencio, es llenarme los ojos de verde a cualquier hora y saber que realmente puedo descansar.
Ayer, lo crucé temprano a la mañana, y a la vuelta, una horas después, justo a mitad de camino, un lluvia que apenas era una nube amenazante, se entregó magnífica y desconsiderada sobre los pocos caminantes atrevidos.
Mientras comenzaba la disfruté en el cuerpo pero cuando se hizo torrencial, me resguardé en uno de los aleritos, con su mesa y sus bancos que forman parte de la escenografía habitual entre los árboles.
Disfruté tanto esa hora, viendo sólo el agua! Agua vertical hacia la tierra, agua en diagonal, corriendo por los caminos, convertidos en casi arroyitos naturales, agua en los troncos agradecidos, en las hojas, en el pasto... agua en la tierra que todavía resiente la sequía del invierno, y se quiebra y se abre para recibirla.
Otro caminante vino a resguardarse bajo el mismo techo, le sonreí y como si hubiera visto un enemigo, dio vuelta la cara y se puso justo al borde de la lluvia. Pensé que quizá era tímido, pero a que suponer!! Pronto se fue y volví a sentir la hermosa sensación de soledad, que se hacía cada vez más agradable. Cuando se está así, rodeado de belleza, se hace difícil comprender al ser humano. Hace poco hubo otra violación y asesinato aquí en el bosque. Inmediatamente clausuraron la puerta que está al lado de mi casa. Eso me apenó tanto como esa muerte inocente. La puerta cerrada me la recuerda constantemente y me recuerda cuán lejos estamos de la verdadera sensibilidad. Hablo de todos, de la raza humana.
¿Cuál es mi camino? Sólo seguir, pasear por el bosque con cuidado, confiar en los cuidadores, confiar en la vida. Si algo no quiero hacer, es cerrar mi puerta, es negarme al placer de los encuentros cercanos con los árboles y los pájaros y los silencios. Lamento que la prudencia me impida adentrarme por todos sus senderos... lamento no vivir en la época de Herman Hesse que recorría los bosque europeos caminando...lamento que queden tan pocos bosques, pero me alegra infinitamente este espacio-tiempo que con lo bueno y lo malo, me toca vivir.
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