viernes, 27 de junio de 2014

El bosque de Tlalpan. (1)

La lluvia, la muerte, la vida

Vivir en Tlalpan, al lado mismo del bosque, ha cambiado mi forma de estar en la ciudad. Ahora llegar a casa, es empezar a oler el aire de los pinos, es escuchar los pájaros, el viento y el silencio, es llenarme los ojos de verde a cualquier hora y saber que realmente puedo descansar.
Ayer, lo crucé temprano a la mañana, y a la vuelta, una horas después, justo a mitad de camino, un  lluvia que apenas era una nube amenazante, se entregó magnífica y desconsiderada sobre los pocos caminantes atrevidos.
Mientras comenzaba la disfruté en el cuerpo pero cuando se hizo torrencial, me resguardé en uno de los aleritos, con su mesa y sus bancos que forman parte de la escenografía habitual entre los árboles.
Disfruté tanto esa hora, viendo sólo el agua! Agua vertical hacia la tierra, agua en diagonal, corriendo por los caminos, convertidos en casi arroyitos naturales, agua en los troncos agradecidos, en las hojas, en el pasto... agua en la tierra que todavía resiente la sequía del invierno, y se quiebra y se abre para recibirla.
Otro caminante vino a resguardarse bajo el mismo techo, le sonreí y como si hubiera visto un enemigo, dio vuelta la cara y se puso justo al borde de la lluvia. Pensé que quizá era tímido, pero a que suponer!! Pronto se fue y volví a sentir la hermosa sensación de soledad, que se hacía cada vez más agradable. Cuando se está así, rodeado de belleza, se hace difícil comprender al ser humano. Hace poco hubo otra violación y asesinato aquí en el bosque. Inmediatamente clausuraron la puerta que está al lado de mi casa. Eso me apenó tanto como esa muerte inocente. La  puerta cerrada me la recuerda constantemente y me recuerda cuán lejos estamos de la verdadera sensibilidad. Hablo de todos, de la raza humana.
¿Cuál es mi camino? Sólo seguir, pasear por el bosque con cuidado, confiar en los cuidadores, confiar en la vida. Si algo no quiero hacer, es cerrar mi puerta, es negarme al placer de los encuentros cercanos con los árboles y los pájaros y los silencios. Lamento que la prudencia me impida adentrarme por todos sus senderos... lamento no vivir en la época de Herman Hesse que recorría los bosque europeos caminando...lamento que queden tan pocos bosques, pero me alegra infinitamente este espacio-tiempo que con lo bueno y lo malo, me toca vivir.

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