sábado, 28 de junio de 2014

Metro (1)

Hay aventuras ciudadanas que  de repetidas ya son íntimas y sin embargo, a casi 14 años de mi llagada a México, no son nada rutinarias. Ninguna relación me ha durado tanto, ninguna me mantiene alerta tanto, como la tarea sencilla de prepararme para viajar en el metro.

 ¿Exagero? No tengo ninguna razón para hacerlo.
El metro de esta ciudad, es su pareja perfecta, su hombre que la penetra y la hace vibrar, durante veinte horas al día, cada una de ellas con distintas intensidades.
Tiene características generales, que se pueden nombrar sin poner el cuerpo, cosas que supongo suceden en todos los metros del mundo pero mi limitada experiencia de mundo me impide tomar ese camino. Así que sólo contaré algunas pequeñas historias, mis historias.
Mi bautizo fue en la estación Zapata, una Zapata aún no violada por el agregado de la línea dorada, tan monumental en sí misma. La línea dorada parece pensada por los mismos arquitectos que imaginaron el Museo de Antropología, espacios gigantescos, alturas, cemento... No, corría el año 2001 y entré en ella sin imaginar que estaba ante una aventura surrealista. Mi primer recorrido fue Zapata-Hidalgo, Hidalgo-Zócalo. Un recorrido lógico si se quiere para un recién llegado a la ciudad.
El primer choque intelectual, por ponerle un nombre al desconcierto, fue la separación o la designación de vagones para las mujeres. A lo largo de los años, escuché infinidad de explicaciones, interpretaciones, quejas y bendiciones al respecto. La primera la tengo grabada en la memoria. Llegué a casa de mi primo argentino que fue mi primer resguardo en la ciudad y lo comenté asombrada. Su esposa, por entonces una joven mexicana de veintitantos, que circulaba en camioneta cuatro por cuatro me miró con su desprecio habitual por la prima pobre y dijo: "Eso aquí no existe". Por suerte sí. Y podría escribir varias páginas al respecto... que si es una solución machista, que si es denigrante, que si es perfecto y bla bla bla... Posiblemente sea una solución machista para una situación machista... si es denigrante, siempre está la posibilidad de irse a los vagones mixtos, pero hay que ser mujer para juzgar y decidir.
Gracias a la división de espacios comencé a ver una actitud muy llamativa. En México, a nadie le gusta obedecer. Basta con que exista una regla para que se intente romperla y para comprobarlo, basta con ver los hombres parados justo al lado de la linea que separa los vagones "femeninos", línea que en algunas horas no separa nada sino hay un uniforme que lo obligue a hacerlo. Nunca se dan por vencidos, cada vez que pueden, saltan esa frontera, como saltan otras, como saltan todas.

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