sábado, 9 de agosto de 2014

Malinalco, usos y costumbres.

Volvería sólo para hablar con la gente de los usos y costumbres de la comunidad. Pero aquí vamos a exponer sólo dos.
El primero, el ancestral tianguis de los miércoles, enfrente de la iglesia, alrededor de la plaza del kiosko. El centro, en pocas palabras. Allí, se llega fácil, desde todos los puntos. ¿Que puedo describir, que no sepamos? El color o mejor dicho, la danza de colores, de aromas, la gente pasando entre los puestos, la comida, la mercadería expuesta a la vista y al alcance de todos... el contacto con el vendedor siempre dispuesto a mostrarnos, a permitirnos tocar, a contarnos...
Además comer en el tianguis, es casi un ritual, un acontecimiento esperado con alegría durante toda la semana, una forma más del encuentro. No es lo mismo un "patio de comidas" individualista y forzado, típico de las plazas comerciales. 
Un detalle interesante en Malinalco es un edificio con techo a dos aguas, limpio y vacío a la entrada del pueblo, tras uno de los arcos de bienvenida. El mercado construido para erradicar el tianguis. Puestos pequeños, con una mesada al frente, separando al vendedor y sus productos del público, sin espacio para la exposición, sin lugar pensado para el contacto de la gente con los productos y mucho menos con los vendedores. En suma, un espacio pensado desde el poder, inconsulto, soberbio, inútil...
El mercado permanece vacío, porque los puesteros se niegan a ocuparlo. No me adentré en las razones, pero no hace falta mucho ingenio para comprender.
Al lado, un gran espacio que si ocuparon los artesanos de la madera y la piel, algunos al menos, quizá dos o tres. Es un amplísimo salón, sin divisiones, que se acerca más al espíritu libre de los tianguis.
Este es un tema casi para una tesis de antropología, al escribirlo me doy cuenta cuanto me falta preguntar, conocer y comprender. Lo tomo como un motivo más para volver a Malinalco, que casi no los necesita. 
Otra costumbre interesante, es sólo una de las cosas que suceden al enfrentarse con la muerte.
Tuvimos que pasar por el panteón para ver "las caritas" y nos sorprendió escuchar voces fuertes y risas. No le di mucha importancia, porque sé que la muerte provoca esa necesidad de reír, quizá por efectos del miedo o la angustia. Pero era tan hermoso el paisaje, al lado mismo de la pared vertical del cerro, con árboles, pájaros y silencio, que dije: !Aquí quiero morir! Y como buen bicho ciudadano, agregué: ¿Puedo comprar un lote?  Juvencio me miró con esa sonrisa en los ojos que hablaba más que sus palabras y comenzó a contarnos que la gente que estaba en el panteón, estaba cavando la fosa, para enterrar a su muerto, familiar o amigo.  Recordé ese hermoso poema de Rafael Alberti, "Romero solo", que les invito a buscar y leer.



El panteón es de la comunidad, cuando muere alguien, se debe pedir permiso, y los mismos familiares, pasan, eligen un lugar y cavan la última morada de su ser querido. 
Por la tarde, mientras buscábamos un lugar para hacer recuento de aventuras y comenzar a despedirnos del pueblo, las campanas (que son objeto de otra historia), comenzaron a tocar para esa otra despedida. Y de la iglesia, salió el cortejo, llevando en hombros al cajón, cantando y rezando. 



Todo fue "casual". La historia que comenzamos a vivir por la mañana, cerraba por la tarde. Pero nosotras sentíamos que estábamos envueltas por la magia de Malinalco, que se expresaba sin palabras, que no éramos turistas, sino parte de la vida del lugar, con sus alegrías y tristezas, con sus luchas y resistencias y sus formas particulares de vivir la vida y la muerte.

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